
Entonces, ni la ortodoxia musulmana ni la católica sabían que dentro de las órdenes existían poderosos núcleos esotéricos dedicados a la alquimia y a la magia ceremonial. Por ejemplo, los templarios ocultaron durante siglos la existencia en su seno de un núcleo secreto conocido por el nombre de «Hijos del Valle». Cuando comienzan a propagarse informaciones, aunque distorsionadas, sobre su existencia, los poderes de la época se abalanzan sobre la Orden, provocando su fin. De ninguna manera la Iglesia de Roma podía tolerar que la organización encargada de defender a la cristiandad en Oriente mantuviera contactos con los infieles islámicos. Por una situación similar pasaban sus «hermanos» musulmanes, los assasin, conocidos como ismaelitas de Alamut o Batiniti (en árabe «seguidores de doctrinas esotéricas»). Lo cierto es que ambas órdenes herméticas, en el fondo, eran auténticas Hermanas en Espíritu, miembros secretos de la «caballería celeste». AGARTHA

El reino al que se refiere el texto es metafísico, un reino superior asociado a la Salem bíblica o a la Agartha tibetana, es decir, la residencia ultraterrenal de las almas de los justos. Pero existía también una residencia física, representación en la Tierra de este reino metafísico. Nos estamos refiriendo a Alamut (del árabe aluh amut, nido del águila), la roca considerada inexpugnable, residencia del Gran Maestro de los assasin, Hasan Ibn Sabbah: el verdadero creador de esa hermandad de guerreros en torno al año 1090 y representante en el mundo del Melquisedec o Preste Juan. ISLAM ESOTÉRICO Si la corriente sunita, mayoritaria en el Islam, es ortodoxa y religiosa, el chiísmo ismaelita se orienta hacia la mística y el sistema iniciático–alquímico.
En resumen, hacia el hermetismo, hacia la sagrada y secreta Tradición que apunta a la fusión de lo humano con lo divino. El chiísmo ismaelita representaba el esoterismo del islam y su credo era el versículo coránico: «Nosotros propusimos el depósito de nuestros secretos en los cielos y en la tierra y en los montes. Pero sólo el hombre aceptó encargarse de ello. Es un violento y un inconsciente» (33, 72). Este versículo ilustra la causa del nacimiento de los assasin y los templarios: la custodia de la Tierra Santa, término iniciático que también supone la vigilancia de la propia alma y la defensa de la ciencia sagrada, cuyas claves reconducen al hombre a su originaria condición divina, rescatándolo de la situación de «ángel caído en la materia». Resumiendo, a comienzos del segundo milenio la Sagrada Tradición fue custodiada y transmitida en Oriente Medio y Occidente por dos órdenes de carácter caballeresco–guerrero. Pero su compromiso se vio truncado, pues ambas organizaciones sufrieron una traición sin igual: templarios y assasin fueron acusados de adorar al diablo y de ser despiadados asesinos respectivamente.
LA GRAN RESURRECCIÓN Hasan Ibn Sabbah, el fundador de los asesinos, era un erudito impregnado de mística sufí y dotado de un carisma excepcional. Su proceso de conversión se inició durante una «severa y peligrosa enfermedad». En su biografía, titulada Sar-Guzasht–i–Sayddna (Aventuras de Nuestro Señor), leemos que durante la enfermedad Hasan sintió que Dios quería que su carne y su sangre se transformaran en algo distinto. Se trata del final de la Gran Obra alquímica, es decir, la transustanciación del alma carnal. El solo hecho de que Hasan pensase que podía morir sin poner en práctica esta verdad revelada fue suficiente para que se convirtiera y se recuperara de su enfermedad, obteniendo la iniciación en la Gran Logia Ismaelita, si es cierto lo documentado por el investigador Hammer-Purgstall.
Hasan se convirtió en un prodigioso teólogo, con un grado de erudición sorprendente. En el año 1162 es nombrado Gran Maestro de Alamut y organiza a los ismaelitas como una auténtica orden esotérica, una batiniyya (los Internos o esotéricos), como desde siempre son llamados los iniciados. Esto supuso una revolución en toda regla, ya que elaboró y puso en práctica la nueva doctrina (da’wa) de los ismaelitas, que progresivamente sustituyó a la vieja doctrina fatimí de El Cairo. Hasan dirigió la hermandad durante 35 años desde su fortaleza de Alamut, sobre el macizo de Elbruz, a espaldas del Mar Caspio, donde los assasin vivían en un estado de ascetismo y austeridad. Hasan jamás salió de la fortaleza, en cuyo interior creó una impresionante biblioteca esotérica. Sus fieles lo consideraban el saydd (Señor) y le llamaban shaykh al jebel (Señor de la montaña), porque ocupaba el puesto de Rey-Sacerdote-Maestro de la Comunidad. Él representaba para los suyos lo mismo que Melquisedec para todos los Hijos de la Luz dispersos en este plano terrenal.
En el año 1256 los mongoles destruyeron la fortaleza de los assasin, al igual que otras encomiendas ismaelitas en Irán. El último Gran Maestro, Hassan II, murió apuñalado por unos conjurados fieles a la ortodoxia islámica. Los assasin fueron perseguidos y prácticamente exterminados a comienzos del siglo XIV, precisamente en la misma época que sus hermanos templarios también sufrían la persecución en Europa. De todos modos, el ismaelismo reformado de Alamut no desapareció definitivamente, pues algunos de sus miembros lograron ocultarse bajo el manto del sufismo. TEMPLARIOS Y ASSASIN: ÓRDENES PARALELAS La base de los assasin descansaba sobre dos pilares: el estudio del Corán y de la Biblia desde un punto de vista hermético y el noble ejercicio de las armas. Los templarios también ponían el acento en el símbolo más que en la literalidad de los textos; se lanzaron, del mismo modo, a la búsqueda espiritual y compartían con sus hermanos islámicos la misma práctica iniciática basada en un código caballeresco, la obediencia absoluta a una jerarquía interna –espejo de la celeste– y la existencia de un orden interno constituido por siete miembros conocidos y siete desconocidos.
Éstos eran el equivalente de los siete abdal de la ciencia iniciática sufí. Además, ambas órdenes eran garantes de la paz y la justicia, conocían el sentido secreto de las sagradas escrituras, sus colores simbólicos (rojo y blanco) eran los mismos, desaparecieron casi simultáneamente y buscaban la Verdad, bien en forma de Grial, bien en la figura del «imán oculto». Hasta el símbolo esencial de las dos órdenes era común: la Copa del Grial y la Copa del Futuwwat, utilizada para la bebida ritual en el banquete iniciático del nuevo caballero investido. Ambas organizaciones, pues, se relacionan con las tradiciones herméticas del «caldero» céltico, el cual «invita» a los hombres de buena voluntad a sumergirse en él para emerger trasmutados y purificados. Por otro lado, los assasin solían usar también un gorro frigio rojo, signo de su adhesión a los antiguos Misterios de Mitra y, por tanto, también a los iránicos–zoroastrianos.
Al parecer, la estrecha colaboración entre las dos órdenes tenía como fin la elaboración de un sincretismo filosófico entre la medialuna y la cruz; utópica esperanza, símbolo de la pacificación universal, que el cabalista cristiano Pico della Mirandola, unos siglos más tarde, idealizó con la pax unifica. Cooper y Oakley, en su obra Masonería y simbolismo medieval, sostienen, no sin razón, que los templarios conquistaron todas las posesiones del «Viejo de la Montaña» porque habían intuido el «coraje sobrenatural» de los assasin. Algunos fida’i (iniciados guerreros) parece que fueron admitidos en la Orden del Temple. Incluso años después, los templarios aceptaron las reglas y las instituciones de los asesinos que anteriormente habían sometido. Conociendo esto, no debe sorprendernos que algunos templarios españoles, después de ser condenados, se pasaran al bando de los sarracenos, antes que confluir en otras órdenes occidentales.

Extraido de Akasico.com
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