
Parece que la respuesta a éstas y otras preguntas se halla en un compendio de antiguos textos que permanecen ocultos entre las paredes de los monasterios budistas situados en la India y el Tíbet. Por ello, tratando de dilucidar lo acontecido, embarqué en un viaje que me llevaría a la inhóspita región de Laddak, al norte de la India, hasta cuya capital, Leh, arribo sobrevolando las nevadas cumbres a bordo de un pequeño avión de Jet Airways, mientras repaso mentalmente las historias que otros antes que yo han escrito sobre estas tierras.
Es una árida región enclavada a más de 3.500 metros de altura, pero que en algunos puntos alcanza la cota de7.000. La provincia permanece aislada gran parte del año ya que las temperaturas por estos lares fluctúan desde los 30 grados negativos en invierno hasta más de 35 en verano, con las nieves perpetuas vistiendo sus cumbres.
Los pedregosos caminos ascienden hasta centenarios monasterios budistas que nos trasladan a lo más profundo de nuestros sueños. Esta es la tierra de los puertos de alta montaña, de los lagos de aguas turquesa que son el espejo donde se refleja el cielo más azul que jamás se haya visto. Aquí, los ríos Indo y Zanskar se convierten en manantial de vida, transformando la aridez en un vergel, donde la fresca hierba se mece junto a las doradas espigas de trigo. Sus habitantes son sumamente amables, adivinándose en sus rostros una forma de vida asociada a la mística que, en otros puntos del planeta, ya se ha perdido. Con este decorado de fondo, iniciamos el viaje en busca de las ansiadas respuestas, en busca de la figura del mesías.
Indagar en la vida Jesús es harto difícil; las informaciones se sobreponen y forman un rompecabezas en el que muchas piezas no encajan; los datos que no han sido clasificados permanecen en el olvido o simplemente son ignorados por historiadores y teólogos, que ven cómo se tambalean sus creencias.

Siguiendo los pasos de Nicolás Notovich, el explorador ruso que a finales del siglo XIX se aventuró a recorrer las regiones escarpadas del norte de la India, inicié el peregrinaje. El primer lugar que mis botas pisaron fue el monasterio de Hemis. Notovich afirmó que en su viaje descubrió la copia de un antiguo manuscrito budista, cuyo original se encuentra en la capital del Tíbet, que afirmaba que Jesús vivió en la India durante varios años. Pero no solo él tuvo el privilegio de leer los citados textos. Varias décadas después otros corroboraron su historia. El yogui Swami Abhedananda publicó una traducción de los manuscritos en 1929; el pintor, periodista aventurero y científico Nicolás Roerich descubrió y confirmó los mismos versos y, por último, los lamas del monasterio de Hemis se los mostraron en 1939 a Elizabeth Caspari y a su compañera, asegurándoles que “…estos libros dicen que Jesús estuvo aquí…”.
Mi llegada al monasterio de Hemis debió ser muy diferente a la de Notovich, entre otras cosas porque él lo hizo debido a la rotura de una pierna, obligado a permanecer en reposo durante varias semanas. Además el paso del tiempo ha trasformado los medios de transporte; él llegó a lomos de un caballo y yo sentado en un vehículo todo-terreno. No obstante, mis ansias por descubrir qué había de cierto en la existencia de los textos eran comparables a las del explorador que llegó al monasterio en 1887. Durante su viaje por la región había tenido conocimiento de que en Hemis había copias de algunos de los miles de rollos escritos en pali, la lengua sagrada de los budistas, cuyos originales estaban en Lhasa, en los que se hablaba del santo Issa, nombre oriental de Jesús.
La belleza del lugar permanece como en aquellos tiempos. Escondido entre las estribaciones montañosas, las edificaciones que dan forma al monasterio se alzan sobre un hermoso valle. Mientras recorro el patio principal, las banderas de oración se agitan con fuerza elevando los salmos en ellas escritos, y el olor a incienso me aturde. Mientras el sonido de la cánticos lleva mis pasos hacia el interior de uno de los templos, la parpadeante luz de la velas ilumina ténuemente a un joven monje. Vestido con la característica túnica azafrán recita los mantras escritos en un viejo libro, mientras hace manar mágicos sonidos de un tambor al son de su gutural voz.
Camino a su alrededor, observando las estatuas, tankas y demás símbolos que decoran el lugar, y entonces mi mirada se detiene ante un librería que permanece entre sombras. Ayudándome de un pequeña linterna, descubro que una verja me separa de poder leer los textos que se encuentran tras ella. Tal vez, entre sus páginas resida la verdad…
Mi deambular me lleva a visitar las diferentes estancias y disfrutar de las maravillosas y coloristas pinturas que decoran las paredes, budas y demás dioses que conforman la iconografía, auténticos guardianes de los secretos de Hemis. Descubro que las estancias están repletas de librerías en las que los textos se amontonan entre el olor a incienso y mantequilla de yak –una especie de caballo de pequeño tamaño– con la que mantienen encendidas las innumerables velas.
No tendré la suerte de Notovich; su irrefrenable espíritu de aventura y conocimiento se vio acompañado por la buena fortuna. Tras su primera visita al monasterio y sin haber conseguido tener acceso a los textos –aunque sí a la confirmación de su existencia–, tuvo que volver al monasterio debido, como ya he advertido, a una caída de su caballo que le ocasionó la fractura de la pierna y por la que permaneció en reposo entre las paredes de Hemis, teniendo acceso a la lectura de los textos en los que se hablaba del viaje de Jesús.
Con los datos en la maleta regresó a Europa para escribir La vida desconocida de Jesucristo, libro que vio la luz en 1894. La controversia más áspera y la duda cayeron como una losa sobre él, ya que se “atrevía” a afirmar que Jesús estuvo en Oriente, que estudió los textos sagrados hindúes –entre ellos los Vedas–; que fue instruido por los brahmanes; que alcanzó un alto grado en el control de su cuerpo y de su mente gracias a la meditación y el yoga; que aprendió el arte de la alquimia, con el que lograría transmutar el agua en vino entre otros hechos; que dominaría la bilocación; que compartió sus enseñanzas con los sudras y las castas inferiores, que preconizaba que todos eran iguales ante los ojos de Dios, a causa de lo cual fue condenado a muerte, pero que consiguió huir hacia las montañas hasta llegar a las lamaserías, donde aprendería las enseñanzas de Buda, que luego conformaron parte innegable de su mensaje… Todo ello afirmaciones que para la fe cristiana serían, son y serán una amenaza.

Y tras recorrer sus templos, encaminarse por la infernal carretera que desde hace siglos sirve de ruta para atravesar estos valles, una vía que corta la respiración y se asoma al río Indo, que discurre entre amenazantes cumbres para concluir en monasterios como el de Likir, donde la dorada estatua del buda Maytreya se eleva hasta 25 metros; cómo olvidar la sonoridad de las caracolas que los monjes gelupka, del monasterio de Thiksey Gompa hacen sonar cada mañana en la puja matinal mientras el sol asciende y las sombras de las montañas recorren el hermoso valle que se encuentra a sus pies.
Cada uno de los rincones de Laddak guarda un preciado regalo, un secreto aún por descubrir. Mientras mi viaje toca a su fin no dejo de imaginar a Jesucris recorriendo estos mismos pagos, sintiendo la fuerza del paisaje, la belleza de sus lagos, compartiendo su vida con las gentes del pequeño Tíbet, descubriendo su propio Shangrilá…
Extraido de Akasico.com
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